miércoles, 23 de abril de 2014

que me ha salido fuego de nombrarte

Me paré a pensar y llegó el día en el que desperté y ya nada valía nada.
En el que yo me había puesto el disfraz más terrorífico de todo aquel festival. Me había vestido de mí, con mi propia piel. Acomodé mis pestañas y di paso a la tormenta.


Y me dí cuenta de que sin ti yo tan sólo era una sombra maldita, una sincara. Me dí cuenta de que las promesas se quedaron enquistadas en tus labios tras mis besos. Que las esperanzas siempre juegan de manera cruel al escondite con mis sueños, y que tus miradas eran flechas de fuego que me dejaron la piel llena de cicatrices.


Y yo sólo buscaba alguien que besara tus marcas, pero no existe tal guerrero, tal valiente. Se gastaron todos en aquellos torreones donde lucharon con dragones por rescatar princesas.
Quizás ese era el verdadero problema, que yo nunca fui una.


Y de repente me encuentro aquí, en medio de este bar lleno de gente. Observo como el humo de mi cigarrillo se mezcla con mis expectativas y se funde con el aire, quedando nada. Más nada de la que ya existía.
Así que busco una pala que me ayude a excavar dentro de mi pecho, a la espera de encontrar algo que me levante hacia tu realidad, pero sólo encuentro un agujero negro que me atrae hacia él, con su propia gravedad. Y me pierdo en el cosmos de mi gran vacío, que siempre intenté rellenar con aquel humo del cigarrillo.

La gente mira a todas partes, se ríe, mantiene conversaciones triviales o juguetean con sus móviles, y en el fondo no son tan diferentes a mí. Buscan el mismo algo que les impulse a levantarse de la silla y cometer una pequeña locura.

Y yo espero que alguien se esté levantando en algún bar del mundo, y cometa una para mí.
Pero los intereses siempre llegan con retraso.




Nunca prometas cosas que no puedes cumplir.




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