jueves, 31 de julio de 2014

Lo bello y lo bestia

Yo, que aun me sigo relamiendo las heridas que yacen secas desde que el tiempo es tiempo, espero como siempre, agazapada y alerta a tocar el timbre.
Siempre que me pongo frente a la puerta siento un miedo atroz e intenso, yo, esa que sabe hablar de todo a su alrededor menos de sí misma.
Porque se quién abre la puerta pero no se su forma, sólo con imaginarla echo a llorar y me duele la garganta, esa persona que me espera siempre detrás de esa puerta, esa que lleva de mí el odio más profundo e intenso, esa a quien nunca he sido capaz de mirar directamente a los ojos.
La bestia tiene la piel quebradiza y escamada, color gris de polvo dorado, tiene las uñas gruesas y deformes clavándose en la propia palma de su mano. Poco cabello le queda a la triste bestia, porque se lo arrancaba. Tiene los pies tullidos y sólo sabe arrastrarse y reptar como las serpientes. Y los ojos color rojo, tan intensamente brilla que dicen, si la miras mueres de pena.
Que alguien me bese y me rescate.

Mueres porque eres tú, porque la bestia eres tú, porque el odio que sientes es a ti, porque los ojos rojos están hechos de sangre, porque llora por la boca. Porque muere con cada maldita respiración.
Cada vez que exhalaba un poco de aliento, el humo saliente formaba estrellas y mariposas. Todo lo bueno que quedaba estaba escondido bajo aquella piel y vísceras muertas y salía en forma de suspiro. Como el pez que incesantemente busca la escapatoria de su pecera y lo olvida a los 3 segundos.
No me atrevo a abrir mi puerta, porque no quiero verme. Nunca.