Que se quede la playa con las decisiones, que se quede con las falsas promesas que a través de errores se volvieron verdaderas. Que se quede con las partes de mi corazón que ya están muertas.
El corazón, es un órganos hecho de fibras musculares que se reviste con acero y hormigón, éstos elementos influyen en el latido, limitándolo, porque si no con su fuerza se nos saldría del pecho.
El acero, nunca es de buena calidad, y comienza a oxidarse y agrietarse como la chatarra, el hormigón aunque es un elemento duro se erosiona con el tiempo.
La fibra muscular, al ser un elemento constituido por células es capaz de infectarse con facilidad, por los gránulos del hormigón y la herrumbre del acero.
Por lo que al final nos encontramos un corazón putrefacto, difícil de acceder, rencoroso y reticente.
El corazón siempre tuvo vida propia y capacidad de decisión por encima de el resto de nuestro ser, sin el corazón no se vive. Ocurre como cuando contaminamos el mar, fuente de vida. Maltratamos y regalamos nuestro corazón como si eso no fuera peligroso, y eso nos cuesta la vida, la alegria y la fuerza.
Se nos olvidó que todo mecanismo tiene su mantenimiento. Que las piezas deben ser cuidadosamente limpiadas y repuestas cada cierto tiempo.
Se nos olvidó que regalar tiene consecuencias, y que en el fondo todos esperamos algo a cambio por nuestro corazón, aunque no lo digamos con palabras.
Al ser un órgano maleable, adquiere distintas formas y caracteres a lo largo del tiempo, pero es como un elástico cedido y nunca recupera la forma original. Cada uno decide moldear su corazón a gusto propio, ofreciendo ventajas y contras en cada forma que adquiere.
Llevo días con la mano dentro del pecho intentando encontrar el mío para darle sus cuidados periódicos, pero esta vez me he encontrado piezas sueltas, como la armadura caída del caballero del cuento. Y noto, que está en un rincón agazapado, con los dedos arrugados de tocar sus lágrimas y gritándole a mi cerebro ¡PERDÓNAME!
Yo no tengo nada que perdonarle a mi corazón, es él quien debe perdonarse a si mismo, porque nunca se da ese pequeño gusto.
Se odia a sí mismo por no poder dejar de amar a los demás y no dejar ni un poco para él.
Escribo esto desde la mayor profundidad de mi rencor, desde lugares cerrados en los que hace mucho que no entro, con dolor y arrepentimiento. Escribo esto porque quiero volver a la playa, quiero nadar y pensar que el agua puede llevarse lo peor si es capaz de llevarse la basura.
Quiero que se vayan las inseguridades, el miedo y la tristeza que no recordaba ver desde hacía tanto tiempo...
No es todo malo, pero esto tenía que salir.
¿Se puede volver a confiar en los corazones?
Y te quiero. Mucho.